Peligro desde el Aire
El Instituto de Investigación y Estudios Exobiológicos investiga fenómenos y seres extraños, en especial hechos de ufología. En Chile, esta institución internacional posee algunos socios activos. Entre aquellas investigaciones, se encuentran las de grandes criaturas voladoras y desconocidas, avistadas en Chile.
La veterinaria Sigrid Grothe, de esta institución, cita el reporte de Juan Morán, quien brinda el siguiente testimonio. En la cordillera de Coyhaique, dicen, existen unas aves negras, que con alas extendidas alcanzan los seis metros. Cuando son vistas en las alturas, son confundidas con cóndores.
Los relatos que me han llegado, hablan de que tienen al parecer las mismas costumbres alimenticias que los cóndores, y su vida es más nocturna que diurna. Curiosamente, en el libro Leyendas y Tradiciones del Valle, publicado hace algunos años en la región, se rescató el testimonio de una antigua vecina de la Quebrada de Paihuano, en Chile, llamada Rosa Azola. En el texto, se relató que cuando era pequeña, aproximadamente en los años 1930, vivía con su madre criando cabras y ovejas en la región cordillerana.
De pronto, varios de los animales comenzaron a desaparecer misteriosamente. Como a las dos de la mañana, vio bajar un águila inmensa con cuerpo de felino, comiéndose a los cabritos más pequeños. Así supo qué era lo que causaba que desaparecieran.
Luego descubrió cómo atacarla, pues su madre le contó que había pasado lo mismo muchos años atrás. Lograron espantarla con calaveras de cabros machos y dejándole también un cabro en un cerro cercano. Así nos acercaría durante la noche.
El cronista español, Pedro Cieza de León, describe a mitad del siglo XVI que en Perú existían criaturas con hábitos similares, en la crónica del Perú. En los llanos y en la sierra hay unas aves muy hediondas, a quienes llaman auras. Mantiénense de comer cosas muertas y otras vascosidades.
Del linaje de éstas hay unos cóndores grandísimos, que casi parecen grifos. Algunos acometen a los corderos y guanacos pequeños de los campos. Es muchas veces aceptado que estos reportes de grandes aves rapaces que atacan animales podrían ser especies relacionadas a los teratornis, aves similares a buitres, presuntamente extintos.
A la Argentavis, encontrada en Argentina, se le considera como una de las aves voladoras más grandes de la historia y se le estima a unos 6 metros de envergadura. El criptozoólogo George Eberhardt destaca el testimonio de dos cazadores, Milaksek y Girdos, en abril de 1817, por el lago Nahuelhuapi. En el siglo XIX, dos cazadores llamados Milaksek y Girdos le dispararon a un pájaro reptil parecido a un pelícano con piel de cuero, que se alejó volando de una cueva en el lago Nahuelhuapi, Argentina.
Se afirma que el animal se guardó en el Museo Nacional de Historia Natural de Santiago de Chile, pero se perdió durante una de las guerras civiles. De los archivos del Instituto de Investigación y Estudios Exobiológicos surge el testimonio de un intrigante ser alado que habitaba la cordillera de Nahuelbuta, en Chile, aproximadamente en 2005. El testimonio lo provee Jorge Reyes Gajardo, con domicilio en las cercanías de la ciudad de Angol, y que trabajaba hacía seis años en una empresa forestal.
Hace dos años atrás, en el sector de los Alpes, ubicado a unos 50 kilómetros de Angol, al oeste, en plena cordillera de Nahuelbuta, los obreros comenzaron a quejarse de que en una cueva vivía un extraño animal semejante a un gran murciélago. Su altura era de un metro aproximadamente, piel oscura. En varias oportunidades, este animal había alarmado a los obreros con sus conatos de agresión, pero sin llegar a herir a nadie.
El espécimen era descrito como de una gran cabeza, fauces dentadas, alas largas y con el aspecto de un murciélago enorme. Debido a esto, prosigue el señor Reyes, tomé la determinación de hacer explotar la cueva con el animal adentro, ya que constituía un real peligro para la integridad del personal que trabajaba en el lugar. Y así se hizo.
La cueva quedó totalmente bloqueada con el desprendimiento de una capa de tierra. Yo sé que no existen en el país murciélagos de ese tamaño, y considero que por la descripción se trataría de un animal extraño y exótico. Solamente se vio un ejemplar.
Después de eso no se volvió a escuchar nada más del animal. El parapsicólogo e investigador regional, Iván Bórebed, del Instituto de Investigación ha estado recopilando antecedentes de un ser considerado casi mitológico, que según muchos testigos fue visto repetidas veces en aquellos cielos y conocido popularmente como el Pterosaurio de Copiapó. Existen diferentes versiones documentadas de esta historia, siendo la versión más conocida la publicada por el informe de The Zoologist de 1868, titulado como A Strange Bird o Un Ave Extraña.
El siguiente es considerado por muchos investigadores chilenos como el ser más increíble reportado alguna vez en la región. Ayer a eso de las 5 de la tarde, cuando cesaron los trabajos diarios en esta mina y todos los obreros estaban juntos esperando la cena, vimos venir por el aire del lado de la ternera un pájaro gigantesco que a primera vista tomamos por una de las nubes, oscureciendo parcialmente la atmósfera, suponiéndola separada del resto por el viento. Su curso era de noroeste a sureste, su vuelo rápido y en línea recta.
Mientras pasaba a corta distancia por encima de nuestras cabezas pudimos notar la extraña formación de su cuerpo. Sus inmensas alas estaban revestidas de un plomaje grisáceo, su monstruosa cabeza era como la de una langosta, sus ojos estaban muy abiertos y brillaban como carbones encendidos. Parecía estar cubierto de algo parecido a las gruesas y recias cerdas de un jabalí, mientras que en su cuerpo, alargado como el de una serpiente, solo se veían escamas brillantes que chocaban entre sí, con un sonido metálico cuando el extraño animal giraba su cuerpo en su vuelo.
Durante marzo de 1868, el diario El Constituyente de Copiapó publicó una curiosa carta firmada por varios mineros. Esta es otra versión de esta historia. El texto fue titulado como Mina Fantasma.
Nos apresuramos a participar a ustedes, para que lo comuniquen a sus lectores, el curioso hecho siguiente. Ayer, a eso de las cinco de la tarde, a tiempo que habían concluido los quehaceres del día en esta mina, y estando todos los operarios reunidos esperando su cena, vimos venir por los aires, del lado de la ternera, un ave gigantesca que a primera vista tomamos por una de las nubes que en ese momento entoldaban en parte la atmósfera, suponiendo la desprendida de sus compañeras por una ráfaga casual de viento. A medida que el objeto en cuestión se acercaba infundiéndonos una justa sorpresa, pudimos notar que era un volátil desconocido, el rock de las mil y una noches, tal vez, o quizás un leviatán de los desiertos.
¿De dónde venía? ¿A dónde iba? Su dirección era de noreste a suroeste, su vuelo rápido y en línea recta. Cuando pasó a corta distancia sobre nuestras cabezas, pudimos notar la rara estructura de su cuerpo. Sus grandes alas estaban vestidas de plumas parduzcas.
La cabeza del monstruo parecía a la de la langosta, y con ojos tamañamente abiertos y brillantes como ascuas, se veía cubierta de algo parecido a grueso y espeso vello como cerda. Mientras que el cuerpo, prolongándose cual al de la serpiente, solo dejaba ver escamas brillantes que sonaban como partículas metálicas cuando el raro animal se replegaba sobre sí mismo. La sorpresa se cambió en susto entre los trabajadores a presencia de un fenómeno tan extraño.
Toda la ciencia ornitológica de los buenos mineros se agotó inútilmente, buscando el nombre y las cualidades del pájaro descomunal que acababa de pasar. Felizmente sin dejar huella. Algunos aseguran haber percibido un detestable olor en esos momentos, un olor parecido al del arsénico cuando se quema.
Otros afirman que su olfato no ha sido herido de desacostumbrado modo. Los supersticiosos entienden que es el diablo mismo el que habían visto pasar, a la vez que otros recuerdan haber sido testigos, en esa ciudad, hace años, del paso de un ave monstruo semejante. Como el caso es en extremo curioso, hemos creído deber participárselos, ahorrándonos sobre él comentarios inútiles, pues a la verdad no podemos explicarnos satisfactoriamente lo que hemos visto por primera y quizá por última vez en nuestra vida.
Será por ventura que en el desierto o en las cordilleras, la naturaleza se complace en dar vida y guardar por largos años en la soledad esas creaciones deformes que emprenden el vuelo a través del espacio cuando sus fuerzas lo permiten, sin más objeto que el de transportarse a otras regiones donde las asalta la muerte y el suelo guarda sus esqueletos, para confusión de los sabios, que al encontrarlos creen hallar restos antidiluvianos. La apariencia de este ser recuerda de alguna forma al furufué, según el diccionario de mitos y leyendas. El furufué es un ente mitológico vinculado con el viento, con velocidades que a veces no permiten mantenerse en pie.
Se lo describe como un pájaro cuyo cuerpo está cubierto de escamas refulgentes en vez de plumas y que sólo puede ser visto a contrasol. Nadie sabe dónde anida ni de dónde viene, pero explican que su potente silbido puede oírse de cualquier lugar de la tierra. Este mito, original de la región meridional de Argentina y Chile, se está extinguiendo junto con los indígenas.
Son actualmente muy pocos los habitantes de la zona, mestizos, criollos, colonos o descendientes de colonizadores europeos que lo conozcan. El ufólogo e investigador Raúl Gajardo Leopold, del Instituto, documentó la experiencia de Iván Demetrio Cid Sanhuesa, de 34 años de edad, quien ejercía de cabo primero de Gendarmería de Chile y sus sobrinos mayores de edad. Durante enero de 2008, el testigo afirmó que acampó, como todos los años, en un sitio denominado El Manzano, a 22 kilómetros al oeste de Angol, en la cordillera de Nahuelbuta.
El testigo afirmó avistar algo que muchos creerían un simple avión. Sin embargo, notó que aquello batía las alas muy lentamente. En un momento con sorpresa pudimos ver que en el cielo, a nuestra derecha, como a tres cuadras de distancia, se estaba desplazando algo extraño, pero que tenía forma de pájaro gigante.
Llegaba a dirección al noreste. Desde tierra lo vimos como de 40 a 50 centímetros de largo. Era de color amarillo.
No le vimos cabeza ni pico, propiamente tal, sino algo muy agusado y delgado. El cuerpo también era alargado y no le distinguimos patas. Hacia atrás, su cola también era delgada y recta absolutamente, sin ningún movimiento.
Donde quedamos confundidos fue al ver sus alas. Sólo batía los extremos en forma acompasada y el resto estaba quieto, pegado al cuerpo. No era normal, por supuesto.
Ningún ave vuela así, no podría volar. Esa ave o aparato se desplazó plácidamente y armoniosamente de sureste a noreste. Iba a una velocidad rápida.
A cada batida de sus alas, avanzaba más rápido aún. Eso fue notorio. Sus alas eran flexibles, igual que una garza.
Su vuelo era silencioso. No le acompañaba ninguna otra ave familiar. Estimo que lo tuvimos a la vista unos tres o cuatro minutos, no más, ya que lo perdimos de vista cuando, siguiendo su rumbo, pasó sobre las cumbres de los cerros de la cordillera de Nahuelbuta.
No podría definir si era un ave gigante o una máquina. Si se le compara con un cóndor, sería imposible. Esta ave carroñera tiene tres metros de envergadura y lo que he descrito, a lo menos le calculé, era unas diez veces mayor, o acaso más.
En caso de ser hechos que realmente ocurrieron, podría ser posible que algunos avistamientos de presuntos monstruos voladores, en especial el del pterosaurio de Copiapó, hayan sido en realidad artefactos o máquinas voladoras de origen desconocido. El ufólogo francés Jacques Vallée, en su obra Pasaporte a Magonia, documentó el caso del pterosaurio de Copiapó de la siguiente forma. Una extraña construcción aérea provista de luces y emitiendo ruido de motores sobrevoló a baja altura esta población.
Sus habitantes la describieron también como un gigantesco pájaro cubierto de grandes escamas que producía un ruido metálico. Aunque no fue en realidad un aterrizaje, es el primer caso de observación a corta distancia de un objeto desconocido a escasa altura del siglo XIX. Extrañamente, al monstruo de Copiapó no se le describió un pico, un hocico terminado en punta, ni siquiera una cabeza puntiaguda, sino todo lo contrario, una cabeza roma como la de una langosta.
Esto desentona por completo con criaturas voladoras grandes en las que se esperaría que tengan esta característica como aves o pterosaurios. Si bien las dimensiones del monstruo de Copiapó no fueron detalladas, su tamaño al parecer era lo suficientemente grande como para tapar el sol y ser confundido con una nube. En caso de haber sido una criatura, su extraña apariencia ciertamente dificulta la conclusión sobre qué clase de criatura podría haber sido, ya sea pterosaurio o ave, a menos que su morfología, por supuesto, haya sido exagerada o confundida.
La extensa e inhóspita cordillera de los Andes y otras cadenas montañosas de la región sin dudas podrían proveer un refugio casi eterno aún sin número de criaturas muy grandes, extrañas y aún desconocidas que quizás se dejan ver y se hacen notar cada cierto tiempo.
El monstruo de Copiapó